Que levante la mano quien no utilice, siempre o casi siempre, su móvil para mirar la hora. Que levante la mano quien, sentado en su despacho, no compruebe en la esquina inferior derecha de su pantalla en qué momento de la jornada se encuentra. Los relojes ya no son algo necesario. Dejaron de serlo hace mucho. Así que, ante un mercado, un negocio absolutamente maduro, la innovación es la única salida viable.
Ese camino de la innovación es el que han seguido Aniceto Jiménez Pita y su hijo Daniel. Ellos dirigen Pita, una pequeña empresa barcelonesa que se ha hecho famosa en medio mundo gracias a su capacidad para hacer las cosas de manera diferente. Podéis ver este vídeo de la intervención de padre e hijo en TED, o leer este artículo publicado en La Vanguardia donde nos cuentan su historia.
Los he conocido recientemente a través de Internet, y me ha parecido interesante destacar su ejemplo para muchos emprendedores. Aniceto empezó arreglando relojes, pues esa era su pasión, y pasaron años hasta que se decidió a mostrar sus propias creaciones. Sin miedo, un día se plantó en Suiza para mostrar una de sus innovaciones a la Académie Horlogère des Créateurs Independants, una elitista asociación formada por una treintena de relojeros artistas de 15 nacionalidades. Desde 2007, Aniceto se convirtió en el único español dentro de este círculo.
Y es que su innovación (eliminar la puesta en hora utilizando una corona) se “atrevía” con algo que los relojeros habían mantenido durante 150 años. A menudo, la tradición, lo que conocemos, aquello que se ha hecho “siempre así”, no nos permite avanzar. Pararse a pensar, por un segundo, que tal vez podamos hacer las cosas mejor es el primer paso hacia la innovación.
Parte del éxito de Pita radica también en saber escuchar. Conocidos en distintos foros relojeros de Internet, Aniceto y su hijo apostaron por dejar a sus “seguidores” que diseñaran un reloj especial, único, del que apenas se crearon 50 unidades. La gente de los foros participó del diseño, implicándose con el producto, con la marca. La viralidad de la red hizo el resto, recibiendo peticiones de ese mismo modelo desde EEUU, Japón… sin haberlo publicitado en ningún sitio.
Un elemento más: Aniceto es el “artista”, relojero autodidacta de toda la vida. Pero su hijo, Daniel, aporta un esfuerzo extra al negocio: se formó en el extranjero, conoció otros ámbitos, otros sectores, y, tal vez vivir esas experiencias, muy alejadas del pequeño taller de su padre, le ayudó a detectar oportunidades, y a pensar cómo podría aplicarlas al mundo de la relojería.
Son sólo dos personas. Un pequeño taller. Pero sus creaciones han llegado a ferias de París, Suiza, Tokio, Nueva York. Han hablado de ellos en el New York Times, han aparecido en libros y revistas en medio mundo. Un ejemplo, sin duda, de actitud emprendedora e innovadora, y de cómo “lograr que las cosas pasen”.
Podéis encontrarles, por cierto, en Twitter, en Facebook y en Yotube.